Jesucristo fue un profeta y un mesías: él nos trajo la libertad, la paz, el amor; él intentó enseñarnos y nosotros le matamos. Ahora la Iglesia es un conjunto de mamarrachos travestidos y violadores de niños cuyo único propósito en la vida es imponer por la fuerza sus ideas conservadoras y ganar dinero. Pero cada domingo seguís allí, como ovejas tras el pastor; ignorantes, crédulas, egoístas, así sois. El ser humano es un animal y nosotros nos creemos dioses. Crecemos en una cultura dependiente de la tecnología: argumentamos salvar vidas, pero las que creamos son sin esencia; su alma está destruida, la naturaleza nos odia, somos inmundos conjuntos de átomos egocéntricos que no se preocupan sino de sí mismos. Somos tristes, nuestra existencia es muerte y sangre, que camuflamos con amistades y amores cercanos para olvidar lo que realmente pasa. Nadie quiere mirar hacia los lados, somos caballos de carga sin propósito en la vida.
Ya a nadie importa la cultura. Ahora se estudia para trabajar, y se trabaja para ganar dinero. Ahora la vida es un ciclo sin salida en el que nadie piensa por qué hace lo que hace. Ahora es la masa la que determina los actos del individuo, pero la masa no la dirigen las personas. Ahora la masa es controlada por los medios de comunicación, esos medios de comunicación financiados por bancos privados y por empresas multimillonarias, esos medios que tan bien saben trastocar la información en beneficio del sistema preponderante, en beneficio del dinero, del egoísmo, de la incultura, de la desigualdad, de la muerte.
Ahora la moda es un nexo social, pero nadie sabe que para hacer unos simples vaqueros se necesitan varias hectáreas de suelo cultivando algodón; suelo que mientras cultiva algodón no cultiva trigo, suelo que mientras satisface nuestras necesidades sociales impide que mucha gente que lo necesita coma. Y si la gente no come, la gente se muere.
Programas de televisión en el que mujeres de hombres ricos lucen sus coches lujosos y sus brillantes diamantes, documentales inéditos en televisión sobre conspiraciones mundiales no tan alejadas de la realidad, anuncios que fomentan la violencia de género, homofobia en televisión, la justicia defendiendo el fascismo, terroristas y asesinos que no están en la cárcel, totalitarismos y dictaduras en Corea del Norte y África, defensores de la guerra son Premio Nobel de la Paz, guerras por petróleo, globalización, nuevas tecnologías y 25.000 personas mueren de hambre al día. Así andan las cosas.
La vida cada vez es más placentera. Cada vez hay más lujos y más variedad de productos disponibles para nosotros, "los del Norte", que nos hacen la vida más fácil y divertida. Cada vez hay más VIH y Malaria en África, también cada vez se invierte más en tratamientos de cirugía estética.
Las empresas sociales y los microcréditos permanecen ocultos al mundo, mientras el sistema capitalista nos entra por los ojos desde que nacemos hasta que, ajenos a la verdad, morimos. Nadie invierte en África. Nadie crea trabajo. Nadie saca a flote un continente que quedó, si cabe, más hundido gracias a nuestra actuación imperialista, egoísta, hipócrita, liberalista, colonialista y belicista en el siglo XIX.
Algunos dirán que si soy un pesimista, que si soy un radical. ¿Radical? No, el maniqueísmo es otra cosa. No me aferro a los extremos para luchar. Os diré lo que hago: Pienso. Tan fácil que cualquiera podrá hacerlo. Recopilo información, pienso, razono, recojo más información, pienso razono, leo, escribo, luego razono y sigo informándome, largo etcétera. Haciendo esto, uno llega a la conclusión de que es difícil cambiar el mundo. Que no puedo coger un rifle y luchar en contra de los rifles. Que no puedo tirar una piedra al gigante de hierro que pisa hormigas como yo día a día, año a año, siempre. Que no puedo gritar en su contra, porque jamás me oirá. Quizá lo único que pueda hacer sea susurrar a las demás hormigas. Decirles lo que pienso. Mostrarles la verdad. Y si a ellas, como a mí, les molesta la situación, que continúen la cadena de susurros hasta que todas las hormigas por fin se den cuenta de lo que realmente pasa. Algún día todos abriremos los ojos. Yo, mientras tanto, seguiré susurrando. Normas y leyes. No nos dejan ir en pelotas por la calle: se empeñan en mantener esas convenciones sociales tan arraigadas en la incultura que surgieron como producto de los complejos humanos hace mucho, mucho tiempo. No nos dejan pensar libremente: nos atacan con su publicidad, nos destruyen con su prensa, nos cercenan con su globalización, nos comprimen con su sistema económico, nos duermen con su democracia falsa, indirecta y encubierta, nos borran del mapa con su poder económico, nos matan con cada programa de televisión que insulta a la inteligencia humana, con cada guerra, con cada bomba, con cada mentira, con cada insulto.
Y mucho me temo que, de acabar así, afortunadamente acabaremos todos, todos, todos muertos.
